La certidumbre es como el horizonte. Jesús, el perdido protagonista del este capítulo, quiere vivir en ella. Es un logrado y excelente inseguro.

Julián Garvín consigue a lo largo de este relato que nos miremos dentro para medir el porcentaje de Jesús que portamos. Probablemente más del que sospechemos. Si vivir es callejear sin otra brújula que el olfato, Jesús no existe, ya que su necesidad de infalibilidad no le permite decidir. Idealismo que lleva a sus últimas consecuencias con un sistema, a la sazón falible, para poder combatir su propia indecisión: renunciar al juguete roto de su persona para ser sólo pieza de una estructura.

Pero hay un problema: Jesús no es un mero ladrillo. Es una columna de carga en su empresa. Todo un

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