Prólogo

No sé por qué extraño motivo siempre me gustó escribir. No había explicación razonable. En casa los libros escaseaban. Mi padre trabajaba de sol a sol y mi madre desapareció demasiado pronto. Al igual que el colegio. No recuerdo a nadie cercano que ni siquiera me leyera un cuento. El refugio siempre fue el balón, aquella vocación no era extraña. Nunca hubo dudas. Sin embargo, con 15 años ya escribía las crónicas e incidencias del partido que había jugado el día anterior. Me recuerdo golpeando con los índices las teclas de la pesada Olivetti que me prestaba un compañero de la oficina en la que ya trabajaba de chico para todo.

La afición nunca se extinguió. Me llevó a leer. Empecé con las crónicas de Rual en la Hoja del Lunes de Santander. ...

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